HISTORIA DEL CAJON

   
 


 

 

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ORIGENES DEL CAJON FLAMENCO

 

 

Pocos instrumentos tienen un origen tan claro como el cajón "flamenco": lo trajo Paco de Lucía del Perú en los 70 y rápidamente adquirió carta de nacionalidad en el estilo a manos del percusionista Rubén Damtas.

 

Seguramente Paco de Lucía quedó subyugado no sólo por el sonido que oyó extraerle de manos de los criollos peruanos, sino de sus posibilidades como sustituto y refuerzo de las únicas percusiones que hasta entonces admitía el género: las palmas, el taconeo o el repique ocasional en el lomo u otras partes de la guitarra. Cierto es que algún palo del cante flamenco, concretamente el martinete, se acompañaba antiguamente a golpe de martillo y yunque en las fraguas andaluzas, y que es bastante habitual que el cantante huérfano de otro acompañamiento mejor utilice los dedos y nudillos para sentar el patrón rítmico golpeando la tabla de una mesa. Pero hasta entonces, los intentos de dotar al flamenco de un instrumental percusivo habían sido meros ensayos sin solución de continuidad.

RUBEM DANTAS

 

No sucedió así con el cajón que, a poco de llegar y ser oído en los grupos de Paco de Lucía, llegó a confundir su origen, hasta el extremo que hoy día no sólo en España sino también en otras latitudes, su sonido va sinérgicamente unido al del toque más hispano. Ello ha llevado a que los máximos exponentes de la música afro-peruana, como la cantante Susana Baca de la Colina, no se cansen de reiterar en sus conciertos la nacionalidad originaria del instrumento. Sin embargo, otros músicos de tradición afro-americana reivindican también su autoría, especialmente los cubanos que interpretan la rumba yambú en cajón en lugar de hacerlo en la más conocida conga.

 


Lo que está claro de este debate es que el origen ancestral del instrumento hay que buscarlo en los esclavos africanos y en las privaciones que en la peculiar geografía costera del Perú vivieron, donde no abundan precisamente las maderas y parches con que reconstruir los tambores que sonaban en su inconsciente colectivo. En el Perú colonial del siglo XVII se llegó incluso a promulgar un edicto que prohibía el uso de tambores y la ejecución del panalivio, una forma de canto y danza popular de la época, que denunciaba el maltrato a los negros.

 

Pero, tal como sucediera en Trinidad y Tobago con los steel drums fabricados con barriles de petróleo desechados, esta criminalización de la expresión sonora despertó el ingenio y la creatividad de los esclavos que utilizaron como instrumentos casi cualquier objeto susceptible de ser percutido, desde los cajones de embalaje de bacalao (algo que según las crónicas también hacían los marinos españoles para acompañar a la guitarra en sus travesías oceánicas) que se acumulaban en el puerto, a cajones de muebles y sillas, la "cajita" que originalmente se usaba en las iglesias para pedir limosna y hasta el cajón donde los heladeros guardaban su deliciosa mercancía.

Según el folklorista argentino Carlos Castro, "los africanos en el Perú durante los siglos XVIII y XIX, especialmente los de la costa del Pacífico, usaban también para sus fiestas de tambor, los cajones de fruta y otros alimentos que encontraban en desuso en los puertos, principalmente el puerto de El Callao. Y que los cajones originales fueron eso, simples cajones de embalaje a los cuales se les desclavaba una tabla para producir más vibración de la madera al ser percutida". Los escasos cronistas de la era colonial que describen la música peruana popular hablan de tambores, vihuelas y guitarras, incluso de "calabazas", pero aún no mencionaban al cajón. Sin embargo, describen otras variedades de ingeniosos instrumentos de acompañamiento, como los tamboretes (un pedazo cuadrado de madera cepillada, sobre cuatro soportes, como una mesa pequeña) y los tambores hechos de troncos de árboles huecos y cortados de diferentes alturas, que se pulían y cubrían en uno y otro extremo, con piel de animales. Nicomedes Santa Cruz, glosador del sonido del instrumento, alega otro posible origen derivado del par de cántaros cónicos de cerámica, o botijas, que se usaban antiguamente para acompañar la zamacueca, género antecesor de la marinera, "buque insignia" del folklore nacional peruano. La boca de los cántaros solía recubrirse de parches de piel de burro. La botija más grave se llamada llamador y la otra, destinada a la improvisación de ritmos más atrevidos, repicador.





BORDON DE CUERDAS DE GUITARRA

 Hoy día, a pesar de su común origen, el cajón peruano y el flamenco se diferencian no sólo por la forma de tocarse sino también en su construcción, ya que en España suelen añadírsele algunas cuerdas de guitarra tensadas en el interior para reforzar la vibración de la tapa floja que se percute con las manos. Y, como dicen en Perú, en España tocamos el cajón con la 'galleta' (la parte superior de la tapa del instrumento). Sin embargo, en lo que sí coinciden tanto el modelo de cajón peruano como su variante "flamenca" es un su diseño básico: un paralelepípedo de madera de cinco caras de madera sujeta por las aristas y una sexta cara rectangular (la tapa) sujeta de manera más laxa, con tornillos flojos que le permitan vibrar libremente. Otra característica común es que el cajón suele servir, además, de asiento al propio intérprete.





BORDONES DE CAJA DE BATERIA


La cara opuesta a la tapa, la que queda a la espalda del ejecutante, suele tener un agujero o dos de salida. El músico emplea las palmas de sus manos para percutir bien con la mano abierta o cerrada en diferentes partes de la tapa, produciendo de ese modo sonidos más graves o agudos, con mayor o menor grado de zumbido. Los intérpretes peruanos suelen diferenciar tres tipos de golpes, mientras que los flamencos generalmente distinguen dos: uno agudo y brillante y el otro grave y con cuerpo. El primero se obtiene repicando en la parte superior de la tapa (que tiene menos tornillos y más flojos) y el segundo cerca del centro de la tapa.

 

 
 

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